Hoy hace 30 años en Bilbao llovía. Pero llovía mucho...
26 de agosto de 1983. Ese año había sido especial porque el Athletic de Bilbao había ganado la liga después de 27 años de sequía. Quédense con la palabra, sequía, porque ese año antes de la Aste Nagusia se oyó mucho. La semana de fiestas estaba resultando pasada por agua tal y como suele ser habitual en nuestro clima, pero desde el martes de fiestas, el 23, la cosa se estaba poniendo fea. No paraba de llover lo que resultaba desesperante en pleno jolgorio, y aunque la gente de Bilbao está muy acostumbrada al líquido elemento, aquello clamaba al cielo y nunca mejor dicho. El miércoles siguió lloviendo pero la alarma no saltó hasta el jueves cuando ya los ríos y las laderas no daban más de sí. Bilbao es una villa atada a su ría y de entonces a aquí la hemos visto salirse algunas veces de su cauce, casi siempre en los mismos sitios pero con consecuencias menos funestas. La txozna de Txomin Barullo, la konpartsa que dio origen a la Aste Nagusia, estaba justo la primera si tenemos en cuenta el cauce de bajada de la ría, que a estas alturas ya ha unido las aguas del Nerbioi y del Ibaizabal (lo hace en Bidebieta, Basauri). La foto de arriba es de cómo quedó su decoración después de aquel viernes infausto, con ese Groucho gigante que aguantó como pudo y con su puro las embestidas del agua, porque el interior de la txozna que no se pudo evacuar la tarde anterior, acabó en las playas a 14 kilómetros de allí. Pero vayamos con mi vivencia personal en los siguientes párrafos.
La tarde del 26 se mascaba la tragedia. No había ni móviles ni demasiadas cadenas de televisión, y como suele ocurrir en las tragedias humanas, la radio, esa que se puede llevar encima con un par de pilas, iba dando voces de alarma e instando a la gente a evacuar el Casco Viejo. Oíamos que en Laudio la cosa estaba fatal, que el Nerbioi bajaba enfurecido y que la iba a armar en el verdadero cuello de botella que es Bilbao, un cauce que es 100% obra humana, que ha pretendido dominar a esos ríos cortos y bravos que son los nuestros y que recogen miles de litros de nuestras escarpadas laderas. Yo andaba estudiando Bioestadística que me había quedado pendiente de 2º de Biológicas, pero con la radio a todo trapo estaba más pendiente de lo que decía y de los tremendos chaparrones que caían una y otra vez, que de las campanas de Gauss a las que tenía un paquete que para qué os voy a contar. A la tarde-noche ya no pude más y con dos amigos avisamos en nuestras respectivas casas que íbamos a ver en qué podíamos ayudar, que nos íbamos a apuntar en Protección Civil y que no nos esperasen despiertos. En el camino al Casco Viejo vimos como el Helgera, el río subterráneo que baja de Rekalde, había reventado la confluencia de las calles Unamuno y Autonomía, y en esta última calle y casi llegando a Zabalburu, había abierto un gigantesco cráter por donde las aguas bramaban. La tristeza era lo que se respiraba en el ambiente más que la desesperación o el histerismo. Más tarde que temprano llegamos a la calle Navarra, la que da acceso al Casco Viejo desde la plaza Circular, y acceso, lo que se dice acceso no había, más bien sólo se veía una ría enfurecida que pasaba casi por encima del puente del Arenal. Decidimos bajar hacia Protección Civil que estaba al lado del antiguo cuartel de bomberos, en Barroeta Aldamar, pero allí nos dijeron que hasta el día siguiente no se iba a organizar nada así que nos fuimos hacia el puente del Ayuntamiento. Glub!
El panorama era desolador. La ría arrastraba de todo y los elementos flotantes como cisternas de propano silbantes, bombonas de butano, balones, maderas y hasta alguna vaca muerta, rebotaban contra el puente con un sonido que no olvidaré jamás, se volvían a sumergir y aparecían por el otro lado donde estaba un barco siempre anclado ante el Ayuntamiento, el Consulado de Bilbao. Éramos jóvenes y con ese punto de sadismo que caracteriza a esa etapa de la vida, así que comentamos entre nosotros que menudas amarras tendría que tener el barco ese para aguantar semejante fuerza de las aguas. En este diálogo estúpido estábamos cuando, con otro sonido que no se me va del cerebro, algo se rompió, sonó a cable destensado, a cuerda de guitarra gigantesca y zas!, el Consulado de Bilbao, un barco de considerables proporciones, fue llevado por las aguas ría abajo y un coro se oyó entre la gente, algo como un ¡AYYY! entonado por mil gargantas. El estupor en nuestras caras se convirtió en carrera por donde pudimos, calle arriba, calle abajo, en el inconsciente e irresponsable intento de ver cómo semejante pedazo de metal se cargaba el puente de Deusto, situado un par de kilómetros más abajo. En ese momento teníamos la idea de estar viviendo algo histórico y no pensábamos en las consecuencias humanas o materiales sino en lo "destroyer" que puede ser la Naturaleza y que había que verlo todo. Antes de llegar al puente de La Salve el barco se hundió, sólo unos 700 metros más allá de su amarre, pero nosotros no nos enteramos hasta después porque para entonces ya estábamos pasado el puente de la Salve, donde ahora está el Guggenheim. O el barco ya había pasado o se había hundido pero lo único que vimos flotar las siguientes horas es todo lo que el agua había arrasado cauce arriba, miles de zapatos de las tiendas del Casco Viejo, cajas, bidones sospechosos, botes, toldos de las txoznas, coches y animales muertos. Mamá Natura había ejercido una vez más de madrastra malhumorada.
Mientras nuestra ciudad se iba apagando pero apagando de verdad porque las luces fallaban allá y acullá, ya era de noches prietas y volvimos a casa de uno de mis amigos donde la radio, Radio Bilbao de la Cadena SER en concreto, iba desgranando las informaciones, recogiendo llamadas de auxilio, algunas muy alarmantes y ya muy de madrugada volví a casa a seguir escuchando lo único que funcionaba, hasta que con una frase lapidaría "Bermeo ha desaparecido" la emisión también falló. Los días posteriores a aquel 26 de agosto fueron de una solidaridad que nos enseñó mucho. A la mañana del 27 mi aita, ferroviario de toda la vida, ya había movido sus contactos y llegó a casa con agua, leche y pan pero no sólo para nosotros sino para la escalera en general, y había atado esos contactos para tener suministro de lo esencial los días posteriores. El domingo yo empecé a trabajar en el patio de Jesuitas de Indautxu (con el paquete que les tengo, fíjate tú!), cargando camiones y helicópteros que salían con suministros que nos llegaban por las mismas vías. Litros y litros de leche y agua se amontonaban en el frontón y desde allí cargábamos camiones militares o helicópteros en cadenas humanas que en aquellos años años de plomo eran del todo surrealistas: un guardia civil me daba uno de esos paquetes de 12 cartones de leche que yo pasaba a un ertzaina, que pasaba a un UAR, luego a un militar, luego a un borroka con palestino, luego a un policía nacional, a un municipal, a una enfermera, a una jugadora de basket y así hasta el helicóptero. Durante una larga semana, donde por cierto hizo un tiempo excelente, estuvimos carga que te carga e incluso llevé comida y bebida junto con los militares (yo ya era antimilitarista), a varios rincones de Bizkaia como Etxebarri, Arrigorriaga y lo más sorprendente me ocurrió en Abusu, La Peña. Merece otro párrafo.
En esa semana donde escaseaban los productos básicos, el transporte a ciertas zonas se hacía mediante camiones civiles o militares, se concentraba todo en alguna zona central y desde allí se distribuía según las necesidades. Estando en Jesuitas cargamos un camión con agua, leche y galletas y me encargaron que fuéramos a La Peña, al campo de fútbol, a dejar la mercancía. En el camión tres personas, el conductor, militar con algún galón, en el centro un antimilitarista bajito y renegrido y al otro lado un recluta que llevaba las dos ametralladoras, la suya y la de su mando. El diálogo hasta el barrio fue de lo más insulso y justo cuando llegamos donde hay una farmacia muy grande en la calle Zamakola, el camión se mete en un gigantesco pozo de barro, el tubo de escape empieza a petardear y el trasto se para. Antes de ponerlo de nuevo en marcha, de varios portales de la zona y casi al más puro estilo Walking Dead, empiezan a salir personas de todas las edades dirigiéndose lentamente al camión. En esto que el recluta coge su ametralladora, le quita el seguro y se la pone en las rodillas. No me pude aguantar: "Pero, ¿de verdad le vas a disparar a la gente que viene a por agua y galletas? Pero si se las van a dar unos 500 metros más adelante, pues repartimos nosotros y punto". Mirada al de los galones que ya había intentado al menos una vez poner el trasto en marcha, aprobación y allí mismo hicimos el reparto ordenado que en una cadena inmensa de personas embarradas hasta las cejas llegó a su sitio. Ya sin la carga y a la tercera, arrancamos y volvimos. El viaje de vuelta fue de un silencio sepulcral y la despedida gélida. En fin, militares...
Aquellas inundaciones nos enseñaron muchas cosas y después de 30 años otras muchas siguen sin entrarnos en la mollera. La inundaciones son periódicas en nuestra geografía porque estamos en un sitio que es muy propicio a ellas: montañas muy cercanas, ríos cortos y bravos y una distribución de nuestros valles que hace que todo lo que cae en sus cabeceras, que es donde llueve a conciencia, llegue muy rápido hasta la costa. La urbanización salvaje de los cauces que hemos hecho no ayuda nada y salvo las ampliaciones que se han hecho precisamente en La Peña, poco o nada ha cambiado en este tiempo. Dentro de nada abriremos el Canal de Deusto y por allí podrán salir muchas toneladas de agua más pero también entrar, y si coinciden una gran avenida de agua con una marea potente, como se dice en euskera, akabo!
Me voy a poner en plan pedagógico. Para entender la fuerza de nuestros ríos un ejemplo con fotos. Donde hoy está el puente de Rontegi tanto la parte de Barakaldo como la de Erandio estaban unidas hace unos 15.000 años. El agua, que venía desde el Nerbioi ya junto con el Ibaizabal y que en ese punto se unía al Cadagua con el Asua haciendo de zapa por detrás, en algún momento hizo mucha fuerza y "derritió" ese puente natural. No podemos olvidar la tremenda cantidad de agua que entra en cada marea, mucha más que la que en estiaje dejan los ríos, y eso pasa cada 6 horas, así que la labor de zapador también viene del mar.
Antes del derrumbe, el agua de esos 3 ríos se iba por la zona de Ansio, donde está el Ikea, y salía por el Galindo, al otro lado de Rontegi.
Hace 15.000 años no había ni un sólo metro de cauce artificial y sucesivas inundaciones se cargaron la montaña que unía las dos Lutxanas; hoy, sin un sólo metro natural sólo el ingenio humano puede oponerse a Mamá Natura... y creo que tenemos las de perder. Hace 30 años se perdieron vidas y bienes materiales, nos recuperamos y hoy tenemos una bonita ciudad en un precioso entorno natural (?), pero 30 años en Geología, como le suelo decir a mi alumnado, es menos que un parpadeo. Probablemente en nuestras vidas no se vuelva a repetir un desastre de esa magnitud con 600 litros cayendo del cielo que no hay metro cuadrado que los soporte, pero ahí sigue nuestra Bizkaia, encajonada entre el mar y la montaña, expuesta y verde. Fueron tiempos difíciles, tiempos raros, donde la solidaridad se hizo presente entre nosotros y desde el estado. Por cierto, no aprobé Bioestadística en esa convocatoria, snif!
La tarde del 26 se mascaba la tragedia. No había ni móviles ni demasiadas cadenas de televisión, y como suele ocurrir en las tragedias humanas, la radio, esa que se puede llevar encima con un par de pilas, iba dando voces de alarma e instando a la gente a evacuar el Casco Viejo. Oíamos que en Laudio la cosa estaba fatal, que el Nerbioi bajaba enfurecido y que la iba a armar en el verdadero cuello de botella que es Bilbao, un cauce que es 100% obra humana, que ha pretendido dominar a esos ríos cortos y bravos que son los nuestros y que recogen miles de litros de nuestras escarpadas laderas. Yo andaba estudiando Bioestadística que me había quedado pendiente de 2º de Biológicas, pero con la radio a todo trapo estaba más pendiente de lo que decía y de los tremendos chaparrones que caían una y otra vez, que de las campanas de Gauss a las que tenía un paquete que para qué os voy a contar. A la tarde-noche ya no pude más y con dos amigos avisamos en nuestras respectivas casas que íbamos a ver en qué podíamos ayudar, que nos íbamos a apuntar en Protección Civil y que no nos esperasen despiertos. En el camino al Casco Viejo vimos como el Helgera, el río subterráneo que baja de Rekalde, había reventado la confluencia de las calles Unamuno y Autonomía, y en esta última calle y casi llegando a Zabalburu, había abierto un gigantesco cráter por donde las aguas bramaban. La tristeza era lo que se respiraba en el ambiente más que la desesperación o el histerismo. Más tarde que temprano llegamos a la calle Navarra, la que da acceso al Casco Viejo desde la plaza Circular, y acceso, lo que se dice acceso no había, más bien sólo se veía una ría enfurecida que pasaba casi por encima del puente del Arenal. Decidimos bajar hacia Protección Civil que estaba al lado del antiguo cuartel de bomberos, en Barroeta Aldamar, pero allí nos dijeron que hasta el día siguiente no se iba a organizar nada así que nos fuimos hacia el puente del Ayuntamiento. Glub!
El panorama era desolador. La ría arrastraba de todo y los elementos flotantes como cisternas de propano silbantes, bombonas de butano, balones, maderas y hasta alguna vaca muerta, rebotaban contra el puente con un sonido que no olvidaré jamás, se volvían a sumergir y aparecían por el otro lado donde estaba un barco siempre anclado ante el Ayuntamiento, el Consulado de Bilbao. Éramos jóvenes y con ese punto de sadismo que caracteriza a esa etapa de la vida, así que comentamos entre nosotros que menudas amarras tendría que tener el barco ese para aguantar semejante fuerza de las aguas. En este diálogo estúpido estábamos cuando, con otro sonido que no se me va del cerebro, algo se rompió, sonó a cable destensado, a cuerda de guitarra gigantesca y zas!, el Consulado de Bilbao, un barco de considerables proporciones, fue llevado por las aguas ría abajo y un coro se oyó entre la gente, algo como un ¡AYYY! entonado por mil gargantas. El estupor en nuestras caras se convirtió en carrera por donde pudimos, calle arriba, calle abajo, en el inconsciente e irresponsable intento de ver cómo semejante pedazo de metal se cargaba el puente de Deusto, situado un par de kilómetros más abajo. En ese momento teníamos la idea de estar viviendo algo histórico y no pensábamos en las consecuencias humanas o materiales sino en lo "destroyer" que puede ser la Naturaleza y que había que verlo todo. Antes de llegar al puente de La Salve el barco se hundió, sólo unos 700 metros más allá de su amarre, pero nosotros no nos enteramos hasta después porque para entonces ya estábamos pasado el puente de la Salve, donde ahora está el Guggenheim. O el barco ya había pasado o se había hundido pero lo único que vimos flotar las siguientes horas es todo lo que el agua había arrasado cauce arriba, miles de zapatos de las tiendas del Casco Viejo, cajas, bidones sospechosos, botes, toldos de las txoznas, coches y animales muertos. Mamá Natura había ejercido una vez más de madrastra malhumorada.
Mientras nuestra ciudad se iba apagando pero apagando de verdad porque las luces fallaban allá y acullá, ya era de noches prietas y volvimos a casa de uno de mis amigos donde la radio, Radio Bilbao de la Cadena SER en concreto, iba desgranando las informaciones, recogiendo llamadas de auxilio, algunas muy alarmantes y ya muy de madrugada volví a casa a seguir escuchando lo único que funcionaba, hasta que con una frase lapidaría "Bermeo ha desaparecido" la emisión también falló. Los días posteriores a aquel 26 de agosto fueron de una solidaridad que nos enseñó mucho. A la mañana del 27 mi aita, ferroviario de toda la vida, ya había movido sus contactos y llegó a casa con agua, leche y pan pero no sólo para nosotros sino para la escalera en general, y había atado esos contactos para tener suministro de lo esencial los días posteriores. El domingo yo empecé a trabajar en el patio de Jesuitas de Indautxu (con el paquete que les tengo, fíjate tú!), cargando camiones y helicópteros que salían con suministros que nos llegaban por las mismas vías. Litros y litros de leche y agua se amontonaban en el frontón y desde allí cargábamos camiones militares o helicópteros en cadenas humanas que en aquellos años años de plomo eran del todo surrealistas: un guardia civil me daba uno de esos paquetes de 12 cartones de leche que yo pasaba a un ertzaina, que pasaba a un UAR, luego a un militar, luego a un borroka con palestino, luego a un policía nacional, a un municipal, a una enfermera, a una jugadora de basket y así hasta el helicóptero. Durante una larga semana, donde por cierto hizo un tiempo excelente, estuvimos carga que te carga e incluso llevé comida y bebida junto con los militares (yo ya era antimilitarista), a varios rincones de Bizkaia como Etxebarri, Arrigorriaga y lo más sorprendente me ocurrió en Abusu, La Peña. Merece otro párrafo.
En esa semana donde escaseaban los productos básicos, el transporte a ciertas zonas se hacía mediante camiones civiles o militares, se concentraba todo en alguna zona central y desde allí se distribuía según las necesidades. Estando en Jesuitas cargamos un camión con agua, leche y galletas y me encargaron que fuéramos a La Peña, al campo de fútbol, a dejar la mercancía. En el camión tres personas, el conductor, militar con algún galón, en el centro un antimilitarista bajito y renegrido y al otro lado un recluta que llevaba las dos ametralladoras, la suya y la de su mando. El diálogo hasta el barrio fue de lo más insulso y justo cuando llegamos donde hay una farmacia muy grande en la calle Zamakola, el camión se mete en un gigantesco pozo de barro, el tubo de escape empieza a petardear y el trasto se para. Antes de ponerlo de nuevo en marcha, de varios portales de la zona y casi al más puro estilo Walking Dead, empiezan a salir personas de todas las edades dirigiéndose lentamente al camión. En esto que el recluta coge su ametralladora, le quita el seguro y se la pone en las rodillas. No me pude aguantar: "Pero, ¿de verdad le vas a disparar a la gente que viene a por agua y galletas? Pero si se las van a dar unos 500 metros más adelante, pues repartimos nosotros y punto". Mirada al de los galones que ya había intentado al menos una vez poner el trasto en marcha, aprobación y allí mismo hicimos el reparto ordenado que en una cadena inmensa de personas embarradas hasta las cejas llegó a su sitio. Ya sin la carga y a la tercera, arrancamos y volvimos. El viaje de vuelta fue de un silencio sepulcral y la despedida gélida. En fin, militares...
Aquellas inundaciones nos enseñaron muchas cosas y después de 30 años otras muchas siguen sin entrarnos en la mollera. La inundaciones son periódicas en nuestra geografía porque estamos en un sitio que es muy propicio a ellas: montañas muy cercanas, ríos cortos y bravos y una distribución de nuestros valles que hace que todo lo que cae en sus cabeceras, que es donde llueve a conciencia, llegue muy rápido hasta la costa. La urbanización salvaje de los cauces que hemos hecho no ayuda nada y salvo las ampliaciones que se han hecho precisamente en La Peña, poco o nada ha cambiado en este tiempo. Dentro de nada abriremos el Canal de Deusto y por allí podrán salir muchas toneladas de agua más pero también entrar, y si coinciden una gran avenida de agua con una marea potente, como se dice en euskera, akabo!
Me voy a poner en plan pedagógico. Para entender la fuerza de nuestros ríos un ejemplo con fotos. Donde hoy está el puente de Rontegi tanto la parte de Barakaldo como la de Erandio estaban unidas hace unos 15.000 años. El agua, que venía desde el Nerbioi ya junto con el Ibaizabal y que en ese punto se unía al Cadagua con el Asua haciendo de zapa por detrás, en algún momento hizo mucha fuerza y "derritió" ese puente natural. No podemos olvidar la tremenda cantidad de agua que entra en cada marea, mucha más que la que en estiaje dejan los ríos, y eso pasa cada 6 horas, así que la labor de zapador también viene del mar.
Antes del derrumbe, el agua de esos 3 ríos se iba por la zona de Ansio, donde está el Ikea, y salía por el Galindo, al otro lado de Rontegi.
Hace 15.000 años no había ni un sólo metro de cauce artificial y sucesivas inundaciones se cargaron la montaña que unía las dos Lutxanas; hoy, sin un sólo metro natural sólo el ingenio humano puede oponerse a Mamá Natura... y creo que tenemos las de perder. Hace 30 años se perdieron vidas y bienes materiales, nos recuperamos y hoy tenemos una bonita ciudad en un precioso entorno natural (?), pero 30 años en Geología, como le suelo decir a mi alumnado, es menos que un parpadeo. Probablemente en nuestras vidas no se vuelva a repetir un desastre de esa magnitud con 600 litros cayendo del cielo que no hay metro cuadrado que los soporte, pero ahí sigue nuestra Bizkaia, encajonada entre el mar y la montaña, expuesta y verde. Fueron tiempos difíciles, tiempos raros, donde la solidaridad se hizo presente entre nosotros y desde el estado. Por cierto, no aprobé Bioestadística en esa convocatoria, snif!
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